Tú puedes, tú siempre puedes
Ser padres o madres no es una tarea fácil: cambia la rutina, el descanso, la dinámica familiar y de pareja. Pero todo eso tiene una bella recompensa: la sonrisa de nuestros hijos al sentirnos cerca. Debemos reconocer, sin embargo, que hay un momento en nuestras vidas donde todo consuelo parece insuficiente: cuando enfermamos. Traigan a su memoria aquellas gripes, cuando aún no llegaban nuestros hijos. El catarro, la fiebre, el dolor del cuerpo, se solucionaba con atravesar la puerta de la casa y refugiarse en la cama todo un fin de semana. Pero una vez que llegan los niños, pasar más de cinco minutos recuperándonos parece imposible.

¿Se acuerdan de aquel comercial ochentero de detergente en que el niño, con su camisa manchada, le rogaba a su mamá que la lavara y le decía “Tú puedes, tú siempre puedes”? Ese es el espíritu que impuesto por generaciones, nos embarga cuando enfermamos y confrontamos nuestras tareas de madre al malestar insondable de un padecimiento.
Una estrategia terrible, si consideramos que desde el punto de vista biológico, el embarazo y el puerperio implican un desgaste energético y emocional significativo, que si no es bien compensado por la madre y quienes le rodean, genera consecuencias importantes. En otras palabras, debido a procesos fisiológicos y psiconeuroinmunoendocrinológicos, estamos más expuestas a enfermar ya que nuestras energías defensivas se orientan a la nutrición.
Luchamos con la imagen de la madre abnegada, que oculta sus sentimientos y más aún sus dolores físicos. No importa el dolor o cansancio, el bienestar de la familia es primero. Si podemos ocultar la enfermedad y sufrir en silencio, es mejor. Para qué hacer partícipes a los pequeños de nuestros problemas, si en esta etapa ellos están para disfrutar. Si las enfermedades son crónicas o invalidantes, la carga es aún más pesada, y a la incertidumbre por la prognosis de la patología se suma un pacto de silencio para no “cargar” a los niños.
Si no demostramos a nuestros hijos que también tienes emociones negativas, como pena, rabia o cansancio, ¿cómo les vas a enseñar a ellos a lidiar con esas sensaciones cuando las tengan? Dicha premisa puede extenderse también a la enfermedad. Si ocultamos nuestros dolores o cansancio, contribuimos sólo a desnaturalizar la enfermedad, a convertirla en un monstruo al cual temer y del cual podemos huir por el resto de nuestras vidas.
Siempre vale la pena recordar que nuestros niños aprenden por imitación. Por eso, si nos abrimos a reconocer que estamos enfermas y nos sentimos mal, que queremos cuidados y nanais amorosos, les permitimos a nuestros niños desplegar todas las estrategias emocionales de contención que les hemos enseñado mientras crecen y fortalecemos además el sentido de unidad del núcleo familiar. En el caso de las enfermedades crónicas o severas, también se configura la instancia de comenzar a prepararlos para episodios de crisis, agravamiento o desenlaces complejos.
Como siempre, les quiero dejar un consejo floral: siempre podemos apoyarnos por el Remedio de Rescate ante los primeros signos de la enfermedad. Crab Apple, el antibiótico del sistema floral, también es potente combatiendo elementos patógenos, sustentando la recuperación, lo mismo que Walnut, que nos ayuda a protegernos de los alérgenos. Olive nos ayuda a fortalecer el cuerpo físico ante una enfermedad. Granada es una maravillosa esencia del sistema floral de California, que nos enfrenta a la imagen de la madre superpoderosa que debe rendir al 100% en el trabajo y en la casa. Mimulus, Rock rose y Red chesnut pueden trabajar los distintos niveles de miedo que nos produce la falta de salud. Mientras que Agrimonia es una flor muy potente para ayudarnos a transparentar la enfermedad una vez que se hemos decidido compartirlo con quienes nos rodean. Para enfermedades más graves, o crónicos, Angel’s trumpet nos acompaña en las transiciones vitales. Y una de las esencias más dulces, Consuelda Mayor o Self Heal, nos invita a encontrar nuestro sanador interior.

La medicina complementaria nos permite acompañarnos en las enfermedades físicas, y fortalecer sobretodo aspectos emocionales propios y de nuestro núcleo familiar. Recordemos que las enfermedades son encrucijadas que nos permiten sacar los mejor de nosotros, aprender y también enseñar. El sufrimiento en silencio sólo anula ese potencial. Como hija de una madre “que siempre podía” y que ocultaba todo su dolor, las invito a convertir estas instancias complejas en procesos de luz.
+ Publicado por primera vez el 2014, en Mamadre.cl