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Constelar la relación con el dinero: Inés, una dama de sociedad


Cecilia llega a la consulta con una inquietud que afecta a muchos: explorar su relación con el dinero. Ella es una profesional de 35 años, casada, con tres hijos de 9, 6 y 2 años. Comenzó a trabajar muy joven, en ocupaciones esporádicas y emprendimientos menores, y a ejercer su profesión antes incluso de terminar la Universidad. Sus padres tenían "un buen pasar", fruto del esfuerzo de años, y ella podía gastar el dinero en sus gustos personales. Tras sus primeros años de trabajo reunió una pequeña fortuna, pero sin tener conciencia de cómo ocurrió, la perdió. Inestabilidad en su trabajo (es periodista free lance), malas inversiones, préstamos a amigos y algunos problemas de salud la llevaron a perder el respaldo económico justo tras la muerte de sus padres. Su esposo, constructor civil, vive un proceso muy parecido, que culmina en una larga cesantía que recién acaba un mes antes de su consulta. Como hija única, no consiguió ayuda económica de familiares y debió recurrir al apoyo de amigos para mantenerse y mantener a sus hijos. Su esposo es el menor de cinco hermanos, y se mantiene con trabajos esporádicos, bien pagados, pero que no se perpetúan en el tiempo. Cuando el panorama económico va a colapsar, aparece un trabajo que los salva de la crisis, pero tras unos meses, todo vuelve al borde del abismo.

Sus hijos son concebidos en los períodos de mayor estabilidad económica, generalmente cuando ella y su esposo se encuentran trabajando, y se plantean que es el fin de la crisis económica y laboral. Se quedan "esperando la marraqueta" de cada uno de ellos, y finalmente terminan sintiendo que cada nacimiento no les reporta más que complicaciones y gastos, que si bien resignifican con la emoción que tiene aparejada el agrandar la familia. Con cada embarazo y crianza Cecilia abandona sus trabajos y vive la culpa de dedicarse a su maternidad con la economía doméstica como su única preocupación.


El dinero trae aparejado también un período de bonanza en lo amoroso. Comienzan a proyectarse como matrimonio, a hacer planes juntos, que rara vez concretan. Las conversaciones diarias se centran exclusivamente en el dinero, en desmedro de otras dinámicas familiares y de pareja. Cristián, el esposo de Cecilia, se siente de cierta forma impotente y preso de la inseguridad, y Cecilia se siente como una niña pequeña, como cuando vivía en la casa de sus padres y no le quedaba más que confiar en que ellos la mantendrían. La sensación de estar envejeciendo "y no tener nada propio" la hacer consultar para explorar su árbol genealógico. "Ya pasaron mis veintes, ahora están pasando los treinta, se vienen los 40 y no tengo nada concreto, nada mío", relata en la consulta. "Creo que tengo las herramientas, pero algo debo tener bloqueado que no puedo usarlas para sostener a mi familia. Con mi situación económica no me puedo proyectar, vivo el día a día, sin saber si en unas semanas voy a estar pasando hambre de nuevo o no".


Ciertamente, mucho de su discurso merecía un replanteamiento. En primer lugar, las historias similares de ella y de Cristián en relación con la inestabilidad en el trabajo por una parte les unían, pero también les generaban una sensación de estar permanentemente enrontrándose mutuamente sus fracasos laborales y económicos. Eran un espejo el uno del otro, pero lo que reflejaban, más que permitirles ver una realidad, los cegaba. Existe una razón por la cual las parejas se atraen y se concretan. Nuestros árboles tienen una resonancia simpática y las historias familiares tienen una sinergia que pulsa a la sanación de ambos linajes, el de origen y el fruto de la nueva unión.


Comenzamos alumbrando el árbol de Cecilia. Realizamos una sesión de canalización en la que convocamos al ancestro que "marcaba" su relación con el dinero. No era la inestabilidad económica la que más complicaba a Cecilia, sino más bien el sentir que no podía mantener a su núcleo, aún teniendo las herramientas físicas, profesionales e intelectuales para hacerlo. En otras palabras, no era la falta de dinero en sí, sino la incapacidad de poder asegurar que fluyera constantemente para su familia.


Tras unos pocos momentos llega su abuela materna, Inés. Cecilia la reconoce rápidamente, pues había escuchado su historia muchas veces, pero nunca le había dado el peso correspondiente. La abuela Inés es la primera hija de un matrimonio en crisis. La bisabuela de Cecilia proviene de una familia de esfuerzo, con una madre viuda que la acoge luego que decide separarse de un inmigrante español de quien nadie habla en la familia. Le sigue una hermana dos años menor, nadie sabe si hija del español o no. Unos primos de Inés, al ver a su madre con problemas económicos, separada y con dos hijas pequeñas, decide llevarse a Inés y criarla en sociedad. Inés para a vivir con sus primas, como una hermana más, en una casona amplia frente a la plaza de un pueblo del interior. Vive una vida de lujos y riqueza. Es educada en un colegio de monjas, su ropa es traída de Europa y tiene una ocupada vida social. Su madre y su hermana menor se quedan al cuidado de una parcela propiedad de estas mismas primas, en un pequeño asentamiento, a una hora de distancia más o menos, en pleno campo. Allí cultivan flores y las venden en el mercado. Viven como pueden.

Tras terminar el colegio, Inés conoce a un encantador hombre de sociedad, Luis. Se enamora perdidamente de él, pero él guarda un secreto: es casado, con una mujer gravemente enferma, que vive postrada. Inés y Luis concretan su romance y conciben una hija. Ante tal desagravio, la familia de tíos y primos que criaron a Inés la expulsan de la casa e inician una serie de malos tratos contra su madre y su hermana pequeña (a esas alturas una veinteañera). Enfrentando también los prejuicios, Luis toma a Inés, su madre, su hermana y su hija pequeña y se las lleva a vivir a otra ciudad. Todo ese conjunto familiar debe olvidarse de las casonas de estilo europeo, las parcelas y la vida acomodada. Cuatro adultos y una niña pasan a vivir en una casa pequeña, apenas con un jardín y un patio, y con muchos egos y personalidades fuertes entre medio. No viven mal, pero la relación de Luis e Inés se resquebraja, al punto que tras unos años él se va a vivir a otra ciudad con el pretexto de iniciar un negocio y vuelve a visitar a su esposa e hija sólo los fines de semana. Inés sigue viviendo su vida como una dama de sociedad, sus vestidos ya no vienen de Europa, pero se preocupa de mantener un estilo "de dama respetable" y eso le acarrea muchas críticas de su madre y hermana, que se vanaglorian de "ser hijas del rigor". Con el paso de los años Inés se refugia en la Iglesia, donde encuentra un nicho para realizar exigentes servicios y obras de caridad. De una u otra forma se siente obligada a hacerlos, y aún así, con nada logra dejar de sentir culpa por haberse involucrado con un hombre casado.

Le preguntamos a este ancestro qué legó a su nieta específicamente en relación con el dinero y es tajante: "culpa. Y la sensación de no poder sostener a mi familia por mi misma. De chica, fui mantenida por mis primos. De adulta, si Luis no se hubiese hecho cargo de nosotras, no sé que habría pasado. Nada de lo que tuve fue realmente mío. Y lo poco que conseguí, preferí entregarlo a la caridad".

Cecilia recibe esta información con una fuerte impresión. La abuela Inés siempre fue menospreciada por su familia. Un poco ridiculizada, por vivir como una gran dama en condiciones precarias. Inés no sabía mucho de cocinar, cultivar la tierra o criar niños como su mamá y hermana, y siempre se lo estaban recordando. Y ella misma, su nieta, le veía como alguien débil, sobretodo comparada con su hermana, una heroína que tenía muchas historias para contar fruto de sus experiencias en el campo. En el fondo, Inés y Luis se "la jugaron" por su amor, pero a la familia le importó más el bienestar económico. Cecilia se vio en sus eternas conversaciones con su marido hablando única y exclusivamente de dinero. No importaba el estar juntos o sanos, o los momentos de risas y juegos con los niños... todo era el dinero. Ni siquiera era la inestabilidad laboral el conflicto. A Cecilia le hizo sentido también el tema de dar lo poseído a la caridad. En su caso, cuando lograba un trabajo y conseguir dinero vivía con mucha culpa y finalmente prefería dárselo a otros. Sabía que si trabajaba (y por ende era remunerada) de cierta forma estaba lejos de sus hijos, y se culpaba por ello. Para evitar la culpa, rechazaba oportunidades laborales, a un nivel muy inconsciente. Y cuando lograba reunir algo de fondos, los gastaba inmediatamente en cosas "que necesitaba" invirtiendo altos montos en mejoras para el hogar o sus hijos, pero rápidamente quedaba sin dinero. En otras ocasiones, ayudaba económicamente a amigos o cuñados, esperando que el Universo la premiara por ser buena. Era su forma de hacer caridad.

Diseñamos un sencillo ritual. Cecilia buscó una fotografía de su abuela y encontró una bellísima, con ella en brazos cuando tenía menos de un año. Ambas estaban vestidas muy elegantes y sonreían. Cecilia le escribió una carta reconociéndola, reconociendo su historia, su esfuerzo y su sacrificio. Valorando sus silencios, su valentía para enfrentar la sociedad y su voluntad para recomenzar de nuevo en la vida por amor. Un amor que finalmente le permitió a ella nacer y continuar el linaje junto a Cristián. En ese marco de profundo agradecimiento le entregó las culpas a su abuela. La reconoció como alguien más grande y experimentado que ella (y más sabia, pues sabía actuar por Amor), y que por lo tanto sabría mejor que hacer con ellas. Le pidió que bendijera su vida y valorara sus decisiones. Que le legara la capacidad de generar sus propios recursos para darle un sostén económico a su familia y también una proyección a su linaje. Que le diera energía para hacer eso junto a su esposo, y no "a costa" de él. A continuación dobló la carta y la puso junto a la fotografía bajo una vela roja de canela. La canela simbólicamente atrae el dinero, y el rojo representa la energía movilizadora, mas activa y menos receptiva, que quería reconocer en ella. Diariamente encendió la vela, hasta el día que se sintió preparada para sacar la fotografía de su abuela y ponerla frente a la vela, como si hiciera un pequeño altar.


La resolución de este conflicto no fue inmediata. Cecilia se tomó unos días para entender el conflicto que le legó su abuela, y al menos unas tres semanas para realizar periódicamente el ritual descrito. Unos dos meses después de la sesión Cecilia comenzó a escribir en un blog, y a propósito de ese trabajo, consiguió una ocupación part time que le permite conciliar sus tiempos laborales con la maternidad de sus tres hijos. Cristián inició también un trabajo particular con su propio linaje, pero su trabajo esporádico se ha mantenido. La energía se movió dentro de esa familia, cambiaron las posturas energéticas y todos comenzaron a sanar.

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